La próxima vez que encargue mis tarjetas de visita (doy fe de que se siguen usando y siempre mejoran ese invento anticlimático llamado QR) escribiré esto como definición de mi persona. Lo leí en The Sociology of Business, una de mis newsletters de cabecera, una de esas escasas que no borro. Cuando vi el título The Rise of the Wellness Anarchist hiperventilé y no estoy exagerando: cada uno se excita con lo que quiere y puede. Dejé lo que estaba haciendo, que era serio y productivo, y leí el texto entero. Ojalá se pudiera subrayar la pantalla del ordenador, porque la habría dejado perdida de rosa flúor. Una hora después, mi amiga Belén Coca me escribió un mail (somos de esa generación que escribe mails y tiene tarjetas) y me la reenvió con un “nosotras somos bastante wellness anarchists de toda la vida, la verdad”. Cómo nos conocemos. La newsletter estaba escrita por Tom Garland. Él desgranaba su teoría y explicaba que el anarquista del bienestar “rechaza la ortodoxia del bienestar, pero se aprovecha de sus herramientas. Tiene sus propias reglas de lo que significa cuidarse y vivir bien y desafía los fundamentos aceptados sobre la disciplina y también sobre la indulgencia”.
Fuente: elpais.com