Aseguran que la cámara adora a determinadas actrices y actores, les mima, resalta su belleza natural, es decisiva para que los espectadores queden fascinados cuando esta les enfoca. Yo creo que, aunque la cámara les tuviera manía, sería misión imposible que tratara de afearles, ningunearles, restarles protagonismo. Su imagen llena la pantalla, son la encarnación de la belleza, es imposible dejar de mirarles, aunque figuren en segundo plano. No necesitan gran talento expresivo, aunque la mayoría lo posean. La naturaleza les concedió esos rostros y físicos excepcionales. Poseen imán, seducción, armonía, sensualidad. Y provocan turbación, deseo, ardor, amor. También esas sensaciones que la Santa Madre Iglesia aconsejaba confesar y hacer penitencia después. Benditas sean. Acaba de morir una de ellas. Se llamaba Claudia Cardinale. Le debo muchas cosas gozosas, pensamientos impuros, la constatación de que te puedes enamorar de alguien al que solo has visto en la pantalla, de un sueño tan carnal como real, de un luminoso objeto del deseo.
Fuente: elpais.com