La semana pasada le dije a una conocida: “Si me necesitas, silba”. Al ver extrañeza en su rostro, añadí: “Sabes cómo se hace, ¿verdad? Uno junta los labios y sopla”. Ante el aumento de su estupefacción, le aclaré que era de una película de Bogart y Bacall. Ignoraba de qué le hablaba. La conocida es joven, no demasiado, pero lo suficiente como para no haberse tragado clásicos, no solo por devoción, sino porque no había otra cosa en televisión. Bendita escasez. No sé si me habría aficionado al cine si hubiese escogido yo lo que veía y no los exquisitos programadores de TVE que poblaron mis noches de ciclos de Mankiewicz, Newman o Garbo. Como para no enamorarse de aquel arte.
Fuente: elpais.com